La historiografía clásica respecto al proceso de integración europea ha soslayado, en buena medida, el peso de los vínculos transnacionales y la influencia de los debates y las experiencias previas que contribuyeron al proceso desde el ámbito cultural y en la esfera de las confesiones religiosas o los sistemas educativos y científicos. El análisis historiográfico del papel ejercido por las redes culturales en el ámbito internacional resulta todavía escaso y merece de mayor atención (DUEDHAL, 2016).

El desarrollo de la historia transnacional y su estudio de los diversos ámbitos de relación establecidos más allá de las fronteras y de las dinámicas políticas entre personas, ideas, mercancías y capitales (TYRRELL, 2007; IRIYE & SAUMIER, 2009) permite superar un relato reduccionista y presentar un análisis más complejo y equilibrado del proceso de construcción europea (LUNDIN & KAISERFELD, 2015). El análisis estructural de las redes intelectuales transnacionales en función de su tamaño, densidad, accesibilidad, conectividad y grado de conexión (SARNO, 2017) posibilita además interpretar con mayor rigor las claves que incidieron en tal proceso.

Las redes no gubernamentales tejidas tras la Gran Guerra entre Europa y América en diversos círculos de cooperación propiciaron la emergencia de las primeras escuelas de un internacionalismo hermanado con el progresismo, el ecumenismo y el pacifismo (NOLAN, 2012) que tuvieron especial incidencia en el viejo continente.

La crisis económica mundial y el ascenso de los totalitarismos provocaron que aquellas ideas se viesen marginadas de la acción política, pero los debates mantenidos en ámbitos intelectuales como el Instituto Internacional de Cooperación Internacional ubicado en París, o la Escuela de Altos Estudios en Ginebra, mantuvieron encendida la llama de tales ideas para que pudiesen brillar en un futuro más propicio (RENOLIET, 1999).

La fragilidad de un continente, víctima del horror, del hambre y del miedo a una nueva guerra y el espíritu de la Guerra Fría provocaron que los vínculos transatlánticos previos se vieran reforzados en función de la amenaza del totalitarismo soviético. Programas públicos como el Plan Marshall o poderosas fundaciones privadas como el American Committee on United Europe sirvieron como herramientas estratégicas para la reconstrucción del continente y la promoción del proceso de integración. Al mismo tiempo, las redes trasatlánticas tejidas fueron generando una serie de instituciones que combinaron el europeísmo y el atlantismo como elementos conformadores de la civilización occidental, de la que también formaban parte nuevos Estados surgidos de los antiguos imperios coloniales, de los ibéricos (Brasil y México, sobre todo) y del británico (los dominios). Será el caso destacado de la UNESCO (1945) que en sus comienzos no cuenta con la presencia de ningún miembro del bloque soviético, a excepción de la fundadora Checoslovaquia entonces todavía no integrada en él. De las instituciones vinculadas al sistema de Bretton Woods, Banco Mundial (1944) y Fondo Monetario Internacional (1945) centradas, inicialmente en las tareas de reconstrucción posbélica y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (1949) que se dotará de su propio Comité de Información y Relaciones Culturales (1953). En la misma línea surge el Congreso por la Libertad de la Cultura (1950).

El relato europeísta nació amparado por la debilidad de los relatos nacionales y sus Estados, lastrados por las consecuencias de la guerra; pero a medida que el proceso de reconstrucción comenzó a ser notable, debió competir a su vez con la reconstrucción de los relatos y de las culturas nacionales, herederas de una larga tradición y patrocinadas por cada uno de los aparatos de los Estados, y siempre con el relato comunista. La mayor o menor suerte alcanzada por los diversos relatos promocionados en pro de la unidad europea guardó así estrecha relación, no solo con la capacidad y la voluntad de sus principales mecenas al uno y al otro lado del Atlántico, sino también con los discursos identitarios alternativos – nacionales y religiosos prioritariamente-, la cosmovisión y las estrategias asumidas por cada corriente ideológica y los intereses de los aparatos estatales. El diálogo establecido entre esas diversas narrativas nacionalizadoras incidió e incide en el relato europeo, del mismo modo que los discursos de las diversas confesiones religiosas que – al menos durante una buena parte del proceso de integración – como ha confirmado muy recientemente la obra colectiva coordinada por Paul Mojzes (2018), resultaron decisivas.

Los retos historiográficos señalados inciden de manera muy particular en el caso español. La España de entreguerras había tratado de ganar posiciones en las instancias internacionales con algunos personajes destacados en el ámbito diplomático y un notable número de iniciativas institucionales que culminaron en mayo de 1936 en Madrid con la celebración de la IX Conferencia de Altos Estudios Internacionales organizada por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual. Las redes culturales hispanas tejidas entre ambas orillas del Atlántico ejercieron ya entonces un papel relevante como puente de cooperación e intercambio (LÓPEZ y AZNAR, 2017). La España franquista vio divididos sus esfuerzos entre el europeísmo de los representantes del exilio, exterior o interior (ZARATEGUI, 2014), y el promovido desde el régimen, que solo más tardíamente y con recelos inició un proceso de aproximación a las instituciones europeas. El tardío ingreso de España en las Comunidades Europeas y la construcción de un relato oficial de la europeización amparado en el marco de la transición a la democracia, tendió a subestimar las acciones desarrolladas previamente por la España del exilio, identificada con el pasado y la derrota, y del franquismo, asociada al aislamiento y la falta de libertades (MORENO Y NÚÑEZ, 2017). También evidenció un discurso apegado a las coyunturas políticas, y escasamente atento a las redes transnacionales que desde otros ámbitos incidieron en el proceso.

Los investigadores de la red Euclío, conformada a raíz del Proyecto de Investigación Hacer las Europas: Identidades, europeización, proyección exterior y relato nacional español en el proceso de integración europea (HAR2015-64429-MINECO/FEDER), pensamos que en un momento de crisis del relato oficial sobre la integración europea, conviene volver la mirada hacia el enfoque cultural vertebrador de la unidad europea, con la figura de Salvador de Madariaga y su contribución al proceso como referente. Para ello creamos EUCLIO, una estructura de red informal que pretende ofrecer una visión, desde España, de los relatos sobre el europeísmo y concede una especial relevancia al trabajo conjunto con científicos sociales iberoamericanos, reflexionando sobre los puntos de contacto y convergencia de los procesos de integración respectivos. La experiencia atesorada en los años previos por los investigadores del proyecto y la incorporación de jóvenes investigadores de diferentes Universidades (Tallinn Universtiy of Technology, Sorbonne Université, Navarra, Universidad Autónoma de Madrid, Universidade Nova de Lisboa, Universidad Católica de la Santísima Concepción) son elementos que permiten prever el progreso de las investigaciones, la ampliación de la red de intercambio de conocimiento y el alumbramiento de nuevos enfoques.